Una semana tan distinta y novedosa

Carta de un amigo de CL que muestra su experiencia en el tiempo de cuarentena en Huánuco y durante la Semana Santa

Viviendo la Cuaresma en cuarentena empezaba a resonar en mi cabeza una palabra: asociar (escuchada, en varias ocasiones, en la liturgia). Rezaba con dolor por lo que sucedía allá afuera —entre contagiados y muertos— y aquí adentro —entre las visitas a mis abuelos y mi novia—, por lo que empecé a asociar mi dolor con Cristo. Realmente, no sabía lo que significaba, pero escuchar al papa Francisco, tan confiado en Cristo, durante la bendición extraordinaria en su mensaje Urbi et Orbi, me hizo también confiarle mi día a día y estar cercano a Él, quien no me desconoce.

Conforme pasaban los días y a inicios de la Semana Santa sentí la urgencia de una buena noticia, algo que se manifestaba en la comunicación con mis amigos. Comencé con un trabajo pendiente que debía entregar y con la preparación en la meditación del Jueves Santo organizado por el grupo de CLU (vía Zoom), en el que me tocaba realizar un par de lecturas. En casa, el Domingo de Ramos seguimos la transmisión de la santa misa, y los días sucesivos, con nuestros tan oportunos rezos del santo rosario.

El día miércoles, una amiga me propuso practicar mis lecturas, que en verdad fueron de gran ayuda. El magnífico momento del Jueves Santo (que vivimos en familia) significó para mí que esta palabra asociar resuene con mayor fuerza y sentido: ¿cómo no aceptar, sufrir amando, con quien sufrió por mí y me amó primero? Ese mismo jueves, en la noche de la última cena, ocurrió un pequeño problema familiar y la tristeza me embargó. Los resentimientos y la discordia se mantendrían en los días sucesivos. En el desconcierto del viernes, esta asociación mía con el misterio de la muerte y crucifixión de nuestro Señor fue aún mayor; de igual modo, el día sábado en el silencio de la virgen María.

El mismo sábado tenía que entregar mi trabajo encomendado de una vez, por lo que decidí no dormir aquella noche y terminarlo. Esto fue realmente providencial, ya que coincidió con la Vigilia Pascual, la madre de todas las vigilias. Nunca habían transcurrido unas horas nocturnas con tanta alegría y sin rehuir del trabajo. Había llegado hasta mí la buena noticia en su forma más original un anuncio de un hecho excepcional, como lo ha manifestado don Giussani en la introducción de su libro Crear Huellas en la historia del mundo: «Porque aquel Hombre, el hebreo Jesús de Nazaret, murió por nosotros y ha resucitado. Ese Hombre resucitado es la Realidad de la que depende todo lo positivo que hay en la existencia de cada uno de los hombres». Esta es la buena noticia para lo que está hecho mi corazón: está hecho para Él, vivo y presente ahora. Así como me había asociado a su sufrimiento, estaba ahora asociado a su alegría de resurrección, y todo por su puro amor a mí.

Así como nos dice el Papa Francisco, en su mensaje Urbi et Orbi, el 12 de abril de 2020: «Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”».

Tobías, Huánuco (Perú)