A la espera de una verdadera propuesta

Cartas de dos amigos de CL que, al participar en el guiado de la muestra del papa Francisco han descubierto algo bello, bueno y verdadero en todo ese trozo de la realidad y, de esta manera, salir de los propios esquemas

Yo, desde hace dos años trabajo en un colegio italiano en Lima y percibiendo la posibilidad misionera que podía ser esta muestra, invité a la inauguración al director de mi colegio; también pensé lo bello que sería presentar la muestra a los alumnos que este año recibirán el sacramento de la Confirmación.
Al término de la inauguración, el director del colegio me dijo que lamentablemente los chicos no lograrían ir a visitar la muestra, ya que faltaba poco para las vacaciones y tenían planteadas varias actividades por Fiestas Patrias… y todo quedó allí. Sin embargo, dos días después, el mismo director cambió de opinión: «Mira Paolo, lo he pensdo bien, los chicos tienen que ir a ver la muestra, hay que ir este mismo sábado y tú tienes que hacer el guiado».
Llegó el sábado, mientras estábamos ingresando se me acerca un alumno y me dijo: «Profesor, es la primera vez que vengo a la Catedral» y yo le contesté: «¿Qué dices?, ¡Tú eres limeño!».
Hicimos todo el recorrido de la muestra que terminó en el estupor de mis alumnos. Se habían dado cuenta que lo que digo en clase es lo mismo que vivo afuera. Pude percibir también dos cosas: en primer lugar, los chicos tienen una lejanía sobre lo que es el hecho cristiano y la fe, carencia que grita y que evidencia aún más nuestra responsabilidad como cristianos y, en segundo lugar, que esta misma falta de conocimiento queda a la espera de una verdadera propuesta, de algo nuevo y bello para poder salir (físicamente e idealmente) de sus propios esquemas, algo que permita a mi alumno mirar totalmente sorprendido la catedral de su misma ciudad por primera vez.
Paolo, Lima (Perú)


El Señor provoca el corazón por gracia, durante la charla de capacitación me provocó la vida del papa Francisco, por su humildad y sencillez al abrazar todas las circunstancias, aun en su momento de oscuridad. ¡El deseo de participar en el guiado estaba en mí!
Así llega mi pequeña experiencia de guiado a un pequeño grupo de niños del jardín de Alecrim. Esto fue lo que necesitaba, el Señor se sirve de todo —nosotros somos los racionalistas—: llego apurada y un poco obligada por circunstancias —no era el día de mi guiado—, sabía que el grupo era de niños y estuve pensando: ¿cómo hago?, ¿qué les digo?, me sentía desproporcionada —por el pequeño público— pero al mismo tiempo, con un deseo que iba creciendo cada vez más, tratando de hacer lo mejor posible.
Y en el afán del guiado, para captar la atención, irrumpió algo bello, bueno y verdadero en todo ese trozo de la realidad que me tocó vivir, que me dejó en silencio y me sostiene ahora.
Era el Señor, en la vocecita de un pequeño niño, que enmudeció a todos (niños, padres y profesores), diciéndonos: «Escuchen esa música» (eran cantos gregorianos que se escuchaban como música de fondo en la bella catedral limeña, mientras los diferentes públicos se encontraban en ella: gente que limpiaba, turistas visitando el museo y nosotros en la muestra del papa Francisco).
Las palabras de ese pequeñín fueron autoridad para mi corazón; él, que estaba atento a la realidad con todos los factores; era el Señor mostrándome su gracia, su amor haciendo que no pase sin mirarlo, me conmoví, solo bastó esa fracción de segundo para mirarlo de nuevo y tener la postura adecuada, atenta y apasionada hacia mí y de toda la realidad que me hace usar apropiadamente el tiempo, me hace mirar más allá, me da la verdadera inteligencia que rompe mis pequeños y grandes esquemas, me pone a trabajar y me hace reconocer que Él es el Señor, ese Algo que resiste el embate del tiempo, aunque yo lo quiera olvidar o reducirlo a mi estereotipo, instintividad o imagen.
Con la poca atención captada, terminé hablándoles del perdón, del abrazo y de la importancia del silencio para escuchar al Señor. Después de ese momento yo ya no puedo ser igual, algo más he ganado en mi corazón que me impide retroceder; no puedo pasar de B a A, no sería humano, no sería racional.
Angélica, Lima (Perú)