«Más padre que nunca. Sirvamos al don de la unidad»

Intervención de don Julián Carrón después del funeral de don Luigi Giussani
Julián Carrón


El 30 de mayo de 1998, en la plaza de San Pedro, delante del Papa don Giussani decía: “Para mí la gracia de Jesús... se ha convertido en una experiencia de fe por la cual... he visto cómo se formaba un pueblo en el nombre de Cristo”. He aquí hoy el pueblo que ha nacido de la experiencia de fe de don Giussani. Este hecho, este pueblo, mejor que cualquier comentario, habla de la obra que Dios ha realizado a través de él.

Por eso hoy estamos todos aquí, para expresar nuestro dolor por su pérdida y gritar delante de todos nuestra gratitud por su vida. La importancia de su persona para cada uno de nosotros es tan grande como el dolor que hoy experimentamos. ¡Queridísimo don Giussani, amigo, te llevamos con nosotros, en nuestra memoria para toda la vida! La fiebre de vida que hemos experimentado junto a ti jamás la olvidaremos. Tu mirada ya no podrá borrarse de nuestros ojos. Esa mirada a través de la cual nos hemos sentido mirados por Jesús. Sí, porque es realmente Él, Jesús, quien da forma a la mirada con la que nos hemos sentido mirados por ti.

En el contacto con su experiencia de fe hemos visto suceder en nosotros, con asombro, algo inimaginable, si bien secretamente deseado. La misma vibración humana que recorre el Evangelio la hemos sorprendido también en nosotros. Nos hemos visto obligados a rendirnos a una novedad que nadie podía imaginar antes y, como los discípulos, tantas veces hemos exclamado: “¡Nunca habíamos visto nada igual!” (Mc 2,12). Así hemos aprendido de la experiencia qué es el cristianismo: un acontecimiento. El acontecimiento de un encuentro que proporciona plenitud a lo humano, densidad al tiempo e intensidad a las relaciones, una capacidad de iniciativa y de construcción desconocidas en otro lugar. Sí, es cierto: hemos encontrado a Jesús, y hemos tenido y tenemos la experiencia del ciento por uno aquí. Precisamente por esto don Giussani ha querido siempre apostarlo todo sobre nuestra libertad.

Así es como él nos ha enseñado a conocer y a amar a Jesús. No simplemente con un discurso, sino comunicándolo a través de su experiencia, invitándonos a compartirla para verificar su pretensión. Cristo se ha vuelto para nosotros cada vez más fascinante, se ha convertido en la Presencia más querida, de manera que cada uno puede repetir: “Aún viviendo en la carne, vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). Así él nos ha generado en Cristo.
¡Es una verdadera generación, una paternidad! Por ello ya no podremos vivir la relación con Jesús y hacer memoria de Él, consistencia de toda la realidad, sin pensar en don Giussani. Ahora más que antes. Pensaremos siempre en él junto a Él, junto a Jesús, cuando nos levantemos por la mañana, cuando vayamos a trabajar o veamos la puesta de sol, cuando nos relacionemos con la mujer, el marido o los amigos. Nuestra fe en Jesús ha sido y es plasmada por la presencia de don Giussani, por su mirada, por su ímpetu de vida.

Una fe que exalta la razón del hombre, que la concibe como su plenitud, que florece gratuitamente en el culmen de la razón. Una fe que, en obediencia a la Iglesia, se hace mirada y juicio nuevo sobre el mundo, afecto más verdadero al destino del hombre, ya sea próximo o extraño, apertura a toda semilla de verdad e ímpetu de comunicación por el anhelo de que todos conozcan a Cristo.

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8). ¡Que una criatura tan frágil como un hombre, por su “sí” a Cristo, pueda volverse tan decisiva para miles de personas en todo el mundo no puede dejar de sorprender! A muchos este método puede parecerles desconcertante. Que el sentido de la vida, de las relaciones más significativas, del tiempo y del espacio, de la creatividad y del descanso pase y se comunique a través de la carne, de algo que muere, resulta ciertamente escandaloso para los sabios de este mundo.

Y sin embargo, es un signo de la misericordia infinita del Padre que, para darse a conocer y ser aceptado por el hombre, y así salvarlo, por la fuerza vivificante del Espíritu suscita una preferencia, un carisma, tan poderosamente fascinante como para obtener la adhesión a Cristo. Esta es la realización más capilar del método de la Encarnación. Sólo el Misterio, convertido en presencia afectivamente atrayente, puede proporcionar al hombre la claridad y la energía afectiva adecuada para acogerle.

Este método implica un renovado estupor ante la iniciativa de Otro. Por eso, como nos ha enseñado siempre don Giussani, la nuestra es una compañía guiada al destino dentro del gran cauce de la vida de la Iglesia. La unidad entre nosotros es el don más precioso que nace de la acogida de esta iniciativa. Pido la gracia, para la responsabilidad que me ha confiado don Giussani, de poder servir a este don de la unidad. Estoy seguro de que si somos sencillos en el seguir sentiremos a don Giussani más padre que nunca.

A la Virgen, “seguridad de nuestra esperanza”, confiamos nuestra historia. Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam.